jueves, marzo 17, 2005

Manifiesto del Buitre

1.- La vida es una broma. El que no se ría es que no ha pillado el chiste.
2.- No me río de ti, me río contigo (aunque tú no te rías).
3.- Si me río de ti, ríe conmigo. Si te ríes de mí, reiré contigo.
4.- Soy un buitre, soy omnívoro. Me río de todo.
5.- No existe lo sagrado ni lo maldito. Todo es bueno para una broma.
6.- Cuando me pase, dímelo, me corregiré. Si te ofendes es culpa tuya.
7.- No soy insensible, el buitre no come de una herida sangrante.
8.- Todo el mundo es buitre en algún momento de su vida. Date tiempo.
9.- Las réplicas, por favor, ingeniosas. Para oir “y tú más” ya tengo sobrinos pequeños.
10.- No malinterpretes mis palabras, las bromas sólo son bromas.
11.- Yo digo muchas cosas. Que me creas es cosa tuya.
12.- A veces digo lo que pienso, otras sólo intento molestar. Aprende a distinguirlas. Yo no voy a cambiar.
13.- Si te duele lo que digo, dímelo. Si no me lo dices, supondré que no te duele.
14.- Yo no maté a Kennedy, pero ahora que lo dices, sé un chiste muy bueno sobre eso.
15.- El mundo no se merece una segunda mirada si no es para reírse de él. Y tengo toda una vida por delante.
16.- Hay gente que da material de sobra para reírse. Tú, seas quien seas, eres uno de ellos. Yo soy otro.
17.- Si no sabes que estoy haciendo, da por sentado que me estoy riendo de ti. Si no lo estoy haciendo, seguramente lo haré después.
18.- Ríete de la vida o ella se reirá de ti. Y lo tendrás merecido.
19.- Nunca me río a tu espalda. Si hablo en serio, te lo diré a la cara, si bromeo, ¿qué más me da que lo sepas?
20.- Ríete de mi broma, el siguiente blanco eres tú.

miércoles, marzo 16, 2005

Yo Estuve Allí

Yo estuve allí. Palanthas, Minas Tirith, Arrakis, la escuela de batalla, Trántor, Melniboné, Ank-Morpork, Menzoberranzan.

Yo estuve allí. Luche y morí, corrí, reí, bebí, escuché, comprendí e hice amigos para toda la vida. Me alegré con ellos o lloré con ellos, pero siempre con ellos.

Raistlin, Aragorn, Paul, Ender, el Mulo, Elric, Rincewind, Drizzt. Parte de mi vida, parte de mí. Cada uno me enseñó algo, cada uno a su manera era especial.

Esto es algo que nadie me quitará jamás.

Cuando alguien me pregunta porque me gusta tanto leer, yo sonrío. Esas personas jamás comprenderán que yo no leo, sino que viajo. Y al viajar conozco gente, gente que se marca en mi mente y no desaparece, que vivirá mucho más que él o yo. Gente de verdad, no sueños fugaces como nosotros. Esas personas jamás verán las torres de hechicería ni las llanuras de Rohan. No correrán por las arenas de Dune junto a los fedaykin, ni jugarán a la bebida del gigante mientras el jefe de batallón hace planes para la siguiente simulación de combate, no sentirán la magnitud de los campos de metal ni entrarán en la universidad invisible, no verán una gran oscuridad de estalactitas y estalagmitas.

Cuando escribes sobre lo que sientes, no puedes entrar tanto como quisieras. Al fin y al cabo, debes resultar comprensible. Por ello no os presento a muchos de mis amigos, porque en todo libro los encuentras, Linar o Garion, Cornelius, Bran, Simón, Simkin, Haplo, Atrus, Hazel...

¿La vida real? Esto es la vida real.

Mitología, Conversación Primera

-Ya te lo he dicho, Ulises, jamás permitiré que ese barco entre en el puerto de Troya si no juras.
-Maldito seas, ¿vas a dejar que muera más gente por tu asqueroso orgullo?
-Lo mismo podría preguntarte yo a ti. Te recuerdo que fuiste tú el que empezó nuestra disputa. Y no estoy acostumbrado a ceder ante mortales.
-Sabes que no es orgullo.
-¿Y qué me dices de tu mujer? Ella te está esperando aún en Ítaca. Y se que aún la quieres, Afrodita me lo ha dicho.
-Por supuesto que la quiero. Penélope es mi reina. Pero llevo diez años sin verla, diez largos años sólo. Ella es mi guerrera, mi compañera.
-¡Pues que sea sólo eso! Deja de pasar las noches con ella, deja que venga a mí, y volverás a casa.
-¡Ella no te quiere! Sabes que le encantaría saquear tus templos y matar a tus vírgenes. ¿Porqué crees que va a cambiar de opinión?
-¡Porque no tiene otra opción! ¡Porque soy un dios, maldita sea!
Sus miradas se cruzaron por largo rato. Poseidón, bello, altivo, inmutable. Ulises, barba entrecana mal recortada, que fue negra en la plena juventud, ropa andrajosa pero claramente rica, destrozada por la lucha, ojos oscuros y hundidos. Y en el fondo, dos puntos brillantes. De repente empezó a reír.
-Jajaja, no conoces a Anaucäa. Muy bien, juro. Pero no puedo hablar por ella. Juro que dejaré que vaya a ti si así lo quiere, juro que no la volveré a buscar entre mis sábanas, que será amiga, compañera, hermana de armas. Veremos que dice ella de esto.

viernes, marzo 04, 2005

El Sueño de un Mago

Crucé la puerta de mi habitación, una puerta que antes no estaba. Al otro lado, a mis pies enmarcado por la luz que se escapaba de mi habitación, un campo de verde hierba oleaba bajo la brisa. La noche allí era suave y estrellada; como seda negra me acogía y me llamaba cariñosamente. No se veía la luna por ninguna parte, pero el brillo de la noche era intenso, y supe que, estuviera donde estuviese, estaría casi llena. Allí donde no llegaba la luz que salía de la puerta, veía el amoroso reflejo de la luna en las vigorosas briznas de hierba. Las estrellas parecían sonreírme, y yo les sonreí a ellas. La Vía Láctea, o algo parecido a la Vía Láctea pero más intenso, brillaba en lo alto. Mi corazón estaba en paz.

En el centro de la verde pradera había una pequeña colinita, un simple terruño, poco más, y en lo alto de esa colinita un enorme árbol. Era un roble. Yo no sé nada de árboles, difícilmente distingo unos de otros, pero estoy seguro de que era un roble. Enorme, bello, frondoso. Solo el roble se veía en la vasta llanura ondulante, en el inmenso mar de oscura majestad. Ninguna montaña a lo lejos, ninguna casa. Ningún árbol más ni desnivel alguno. Solo el roble en su pequeño montículo, hierba verde, oscuridad y las estrellas. Y la brisa me acariciaba, descalzo y con el torso desnudo, súbitamente levantado de la cama.

Me acerqué al grandioso árbol, y allí vi, al acercarme, una pequeña silueta entre sus raíces, a un metro aproximado del mismo tronco. Seguí acercándome, pues no tenía miedo, estaba en mi lugar de poder. Unos metros alrededor del gran árbol, unos tres metros, no estaban cubiertos de verde hierba, solo tierra desnuda. Pero incluso esta tierra se veía llena de vida, irradiaba sensación de felicidad. Y, allí, en esa pequeña corona marrón del montículo del que nacía mi bellísimo árbol, había un pequeño enano, barbudo y fornido, elegantemente vestido, con ropajes rojos de mercader, con un sombrero de ala ancha emplumado calado a la cabeza, arrodillado y concentrado en algo que yo no podía ver.

Me acerqué hasta casi tocarle, y él ni siquiera se giró a mirarme. Me incliné entonces ligeramente por encima de su hombro y miré en que estaba concentrado aquel hombrecillo, movido por mi curiosidad. Era un puzzle casi acabado, solo faltaba colocar la última pieza.

Suavemente el enano se giró y, con el ceño fruncido, me dijo: “¿Puedes ayudarme? No sé acabarlo”. Mientras hablaba su expresión mutó en un amable gesto de leve desesperación. Y supe que era verdad que no sabía acabarlo.

Me agaché y recogí la pieza suelta, y la coloqué en su lugar. El enano sonrió con su ancha y barbuda cara y dijo: ”Gracias”. Y yo le sonreí.

Levanté la vista al cielo. Las estrellas, con una suave aureola azul, había formado el dibujo de una calmada mujer, el pelo cayendo sobre sus hombros y corriendo después hacia atrás en una innatural línea recta. Era bella, bellísima, como nada humano puede ser. No me hizo sentir amor, me hizo sentir arte.

Junto a mí, el enano dijo: “Es hermosa, ¿eh? Es una diosa”. Con la boca abierta le miré y vi que miraba el mismo cielo que yo. Me volví a mirar de nuevo el cielo sabiendo que, sin duda, era verdad.