Érase que se era un excelso soberano cuyo soberbio sino significaría sueños, cuya esencia y destino perdurarían siglos. Sería marco y ejemplo, espejo de caballería.
Y érase asimismo un tranquilo hechicero, versado en saberes, tanto sublimes como sombríos, poderoso y, sin embargo, apasionado. Sabio entre sabios, era un soñador.
Cada uno tuvo su historia, y ambas fueron en realidad una. Pues cuando poder y honor, saber y amor se unen, surge la leyenda.
No, no hablo de Arturo, no hablo de Merlín. No. Hablo de mí. Y de ti.
sábado, noviembre 12, 2005
Suscribirse a:
Entradas (Atom)