viernes, julio 21, 2006

Un Vistazo a los Recuerdos

Algo anormal en mí, me ha apetecido escribir un fanfic. El fanfic es sobre Elric de Melniboné, aunque espero que pueda leerse sin conocer la historia de la que parte. Algunas cosas, aunque me he documentado por inet, no sé si serán correctas, pues esta historia se cruza con la de Dorian Hawkmoon y nada se ha traducido aún sobre dicho personaje (excepto un par de cositas que publicó la fucktoría en un libro de relatos cortos sobre El Campeón Eterno. Pero es la Fucktoría, así que no cuenta).
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Niun El Que Todo Lo Sabe, condenado a olvidar o a permanecer por siempre en los planos inferiores, en la ciudad de Ameeron, donde los demonios van a comerciar. Niun El Que Todo Lo Sabe, un hombre con un poder enorme, nacido de un enorme conocimiento; un enorme conocimiento, nacido de una enorme curiosidad; una enorme curiosidad que fue su perdición.

Recuerda aun a Orland, recuerda a El Consejo y recuerda que si olvida lo que recuerda será libre de nuevo.

Casi a olvidado, casi, casi, casi…

-¿Dónde va esta vez, maestro Niun? –Escucha a su espalda Niun, El Que Casi Ha Olvidado, y, al volverse, ve un enorme jardín y, tras él, un bellísimo edificio. No se extraña de no ver las sucias calles de Ameeron, pues las ha olvidado, y, al ver al joven que le mira con una sonrisa, recuerda. Es Niun El Que Todo Lo Sabe y tiene un viaje por hacer. Puede que, tras este viaje, su sobrenombre no sea una exageración. Si lo que sospecha es cierto, conseguirá todo el conocimiento de ese grupo que se hace llamar El Consejo.

-Como siempre, querido, voy a buscar lo que aún me falta –Contesta con una sonrisa, y sigue su camino.

Siete días. Doce trampas. Cualquiera habría muerto, o dado la vuelta. Pero Niun es demasiado inteligente, y los secretos del Consejo… demasiado irresistibles. Ahora están a su alcance.

Una puerta. Al otro lado todo lo que ha buscado. Miles de tomos, se está diciendo a sí mismo, siglos de sabiduría acumulada, ha leído en algunos textos prohibidos. Y todo al otro lado de una simple puerta de manera tallada.

Ávidamente, empuja la puerta. Expectante, ve una habitación que, lentamente empieza a percatarse, está casi vacía. Solo un tomo, sobre un atril.

Sorprendido. Anonadado. Mareado. Sus sueños. Sus esperanzas. Todo perdido. ¡Espera! El libro, en el libro lo pone, en el libro dirá dónde.

Corre hasta él y lo abre. Y lo hace sin mirar siquiera el título. Incauto.

Sus labios tiemblan, su mente se desmorona.

-¿No te esperabas algo así? “La sabiduría de todos los siglos” habías leído, ¿no? Niun, ahora sí, El Que Todo Lo Sabe. –Niun se gira sorprendido, aunque no está sorprendido, pues sabía que sucedería esto. Pero también sabe que estaría sorprendido…

-No puede… no puede… Orland, –le conoce, aunque nunca le ha visto, porque sí le ha visto y ha leído la escena – no puede ser verdad, esto no puede ser…

-Sí, acabas de leer el libro del destino, ¿placentero?

-Pero la historia acaba. ¡Acaba! Y la parte de ese albino… no, no puedo cumplir mi parte. Jamás haré lo que dice el libro.

-Ya lo has hecho, ya lo sabes. Y ahora es cuando yo te envío a Ameeron hasta que olvides todo, ¿recuerdas?

-¡Me enfrentaré a ti, no iré a Ameeron!

-No, no lo harás, porque no lo hiciste. Y además, si lo hicieras, perderías. Yo también he leído el libro, ¿sabes? Acepta el trato. Cuando olvides podrás salir de allí, volver a este plano con tranquilidad. Olvida pronto y burlarás al libro.

-He leído el libro. Sé que lo primero que olvidaré será el libro, y a Elric. Y luego cumpliré con mi parte, porque no recordaré no desear cumplirla.

-¿Me estás diciendo que no aceptas el trato?

-Te estoy diciendo lo que el libro dice que te digo. O que te dije. Acepto el trato.

Está en Ameeron. Es Niun El Que Todo Lo Sabe, pero ya no recuerda lo que sabe. Quiere olvidar, y olvida. Y cumple su parte en el libro del destino.

martes, julio 04, 2006

Vuelta

Ligera nieve caía sobre mí, pero no sentía ninguna gana de levantarme. Ese jardín me vio crecer, el roble en el centro había sido la presencia más imponente de mi niñez y mi muñeco de entrenamiento con la espada de madera. Cuando me fui era mi hijo el que jugaba a ser soldado. Y ahora, a mi vuelta, ya tenía edad para ir a luchar si se diera el caso.

-Mi señor, ¿estáis bien? –Preguntó alguien a mi espalda. Me giré, levemente, y me encontré con los ojos que esperaba ver. Diez años de guerra no me habían hecho olvidar la voz de mi amor. Mi dama. Mi mujer. No pude hacer otra más que sonreír.

-Tranquila, mi ángel, solo necesitaba pensar. –dije mientras ella se acercaba bajo la suave nieve al banco de piedra. –Desde que he vuelto he pensado mucho. Pero veo que os he preocupado, mi señora, y no voy a deciros que sin causa. Sin embargo puedo deciros que ya tengo lo que quería, que ya no tendréis que sufrir por caras largas y largas horas de desespero. Ya puedo sonreír.

-¿Podéis explicármelo, amor mío? –Me interrogó con suavidad. Sin embargo, noté su relajación.

Tras una pausa, empecé a hablar. –Habían pasado muchos años desde que me fui. Tras mi vuelta todo eran detalles. Nuestro hijo había crecido, ya era un hombre. Tú eres más madura, e incluso más bella que antes. He notado que de los sirvientes que dejé aquí solo el viejo Paulano sigue con nosotros, he incluso el parece más viejo si cabe; la demás servidumbre es nueva. Incluso el palacio ha cambiado. Me sentía… fuera de lugar. Como si no perteneciera a este lugar.

-Pero, mi señor… -empezó a decir, pero la corté suavemente, con una cariñosa sonrisa y levantando los dedos de mi mano derecha hasta sus labios.

-Pero nuestro hijo me quiere, me recordaba cuando vine. Y le habías hablado de mí con tanto fervor que ahora me adora y casi hasta me agobia pidiéndome “papá, háblame de la guerra”. Tú aún me amas, no me olvidaste. Y la gente me mira con adoración, su valiente señor que vuelve de la guerra. No me di cuenta al principio de esto, pero… ¿sabes qué es lo que me hizo darme cuenta? –Señalé hacia adelante, sin apartar la mirada de sus ojos. Ella, reluctante, miró hacia donde yo señalaba.

-El árbol. No ha cambiado. No ha cambiado nada, el roble de mi padre. –Al principio no comprendió lo que quería decir, pero, cuando se dio cuenta, sonrió. Nunca ha sido tonta, mi pequeña. –Id adentro ahora, mi señora. Ahora entro yo. –Le pedí con una caricia.

Estuve a solas unos momentos más, bajo la nieve. Recordé la guerra, pero mandé más lejos mi mente, antes de la guerra, y comprendí por qué aquel siempre había sido “el roble de mi padre”. Y deseé que mi hijo, al mirar este árbol, lo viera también como el roble de su padre.

Me puse en pie y fui hacia el arco de la casa. Apenas estaba a cubierto en la arcada del frontal cuando el viejo Paulano se me acercó y me extendió mi capa de piel sobre los hombros. –Paulano, –dije con cariño –eres ya un hombre mayor, no hace falta que me guardes y vigiles todo el día. –Sí hace falta, mi señor, -me respondió – porque así ha sido siempre.

Así ha sido siempre. Sonreí al más fiel de mis sirvientes y entré en la casa.