domingo, febrero 18, 2007

Fidelidad Científica

Pedro Rata era doctor en físicas y licenciado en matemáticas. La ciencia, la lógica, era su obsesión, su pasión, su amor.

Pedro era inteligente y trabajador, constante, construía un edificio de sabiduría cada día, rechazando el mundo de los sentidos, de las sensaciones, de los sentimientos. Por eso el conocimiento correspondía su dedicación con el premio de su entrega.

Los que le conocían le respetaban, aunque eran pocos los que le conocían (y nadie le conocía bien, pues era muy reservado). Le gustaba ese respeto, pero no era su meta, no era su deseo, no era más que un añadido al premio de la posesión de lo que de verdad deseaba, del acercamiento a las verdades que buscaba, del premio de la pasión sentida.

Se sentía satisfecho con la relación que mantenía con la ciencia. Él le daba su vida, ella… ella le sonreía. Y le bastaba.

Por eso le cambió la vida conocer a Juan Rodrigo, en aquella tarde de Marzo. Juan era un joven doctorando en su departamento de la universidad, un chico guapo y agradable, con una inteligencia prodigiosa, pero era asquerosamente inconstante.

Por eso para Pedro, que la ciencia le traicionara con ese vago, con ese ilógico acientifista, era algo que le dolía. Que sin el más mínimo esfuerzo lograra lo que a él le había costado meses de duro trabajo le dolía. No le importaba no ser el único, no le importaba compartir a su amor con aquellos que pagaban el precio de sangre y vida. Pero Juan no pagaba. Juan no amaba la ciencia. Y, sin embargo, ella le amaba a él.

Pero Pedro no odiaba a Juan por ello. Pedro era un científico y, si la ciencia le traicionaba, él cumpliría con su no pronunciado trato con más ahínco. Por eso Pedro decidió amar a Juan, porque Juan no era su enemigo, porque le acercaba a aquello que deseaba, porque quería que Juan fuera para la ciencia un verdadero amante. Porque ella le amaba, y, si no se la merecía, tendría que merecerla.

Le tomó bajo su ala metafórica. Le enseñó, le ayudó, le informó, le interesó, le guió. Fue su maestro y, forzando su inteligencia, le convirtió en el mejor amante que la ciencia había tenido. Juan fue la palabra revolución.

Y hoy Pedro, ya anciano, solo y desgastado, no está triste, porque dio su propia vida por su amante, porque sabe que hizo, por amor, un sacrificio de significado.