martes, noviembre 13, 2007

Un Pequeño Blues

Una noche paseando solo por Barcelona, la mente fatigada, mirando los edificios monumentales a la luz de las farolas, el trajín del centro de la ciudad, viendo la vida que fluía a mi alrededor, no pude hacer otra cosa que desear emborracharme.

Fue una suerte que, mientras buscaba un mal antro en el que tomar unas copas solo, en una esquina, encontrara algo mejor, mucho mejor; un pequeño bar con blues en directo. Desde la calle apenas oía nada, pero pensé que, si no me gustaba lo que oía, siempre podía ser ese un buen lugar para retomar mi plan original.

Bajé y pedí una copa. Tocaba un chico joven, delgado, con los rasgos muy alargados y lupinos y algunas arrugas marcadas ya, a pesar de su edad. Escuché. Y la música que oí me asaltó todos los rincones de mi cerebro. Me despertó recuerdos de noches estrelladas en el claro de un húmedo y cálido bosque, de fluir de aguas que no tienen un inicio ni un final, o sí, pero ambos muy lejanos, en el futuro, en el pasado. Me hizo pensar en días tranquilos con amigos, en charlas y risas, en pequeños mundos creados a nuestra imagen, para que solo nosotros los habitáramos. Despertó en mí un ansia antigua, de recuerdos y principios, un ansia que está ahí, al fondo de mí, y que, ahora que de nuevo dormita, casi he vuelto a olvidar.

Cuando acabó de tocar me acerqué a él antes de que pudiera irse. El local era bastante pequeño, y no había mucha gente, así que conseguí con relativa facilidad llegar hasta él. Le toqué en el brazo mientras recogía, y se volvió hacia mí, con una mirada interrogadora y casi asustada. Parecía un conejito aterrado.

Yo le pregunté, le pregunté qué era lo que había tocado, qué esa música embriagadora de flores y días nublados en los que no estás solo, no estás solo.

Entonces le cambió la cara. Ya no tenía miedo, no ahora, no con su música entre nosotros. Y me respondió. Me respondió como solo alguien curtido, alguien de edad, puede hacerlo. “Solo es una canción más”, me dijo. “Solo una triste canción más”.