domingo, octubre 19, 2008

Los héroes muertos

Hércules por mano de mujer caído,
Prometeo dando un fuego que no es suyo,
astuto Odiseo de mente decrépita,
bella Helena que perdió su juventud.
Los héroes caen, los mitos son historias,
mentira que perpetua la fe de unos
y alienta el odio de aquellos que conocen
la verdad que en esas leyendas subyace.
Siempre que el hombre grita "todo se sabe"*
el universo le contesta en susurros
que las verdades que no se quieren ver
se pierden
y desaparecen.
A veces se ve el infierno al conocer,
pues ver con el alma lo que el resto ignora
es vivir por siempre como una estatua de sal.

*y es cierto que, en verdad, lo piensa a veces,
sobre todo cuando el espíritu joven
se encuentra con la ilógica de unas mentes
obtusas, torcidas, solo sensitivas.

domingo, octubre 05, 2008

Tratado sobre mí mismo, para dummies

Soy un niño. Lo sé, y todo el mundo lo sabe, no es ningún gran secreto. Creo en algunas cosas en las que la gente de mi edad ya no cree, y aun no necesito creer en otras en las que los demás creen y que, puede que con el tiempo, yo también acabaré creyendo.


Por supuesto, el ser un niño con la edad que tengo me da un montón de problemas, pero no me importa, ya no. Hace unos años me importaba. Supongo que eso es algo en lo que he madurado, una de las pocas cosas.


Nada me llama la atención el tiempo suficiente como para que me interese realmente, nada me importa lo suficiente como para retenerlo de una manera especial en mi memoria, y eso me entristece, sí, porque hay gente que se merece que les de algo más de mí, pero lo que doy es todo lo que puedo dar. Muy pocas cosas me llaman la atención más de unas horas, casi ninguna me interesa más que el tiempo entre que la descubro y me voy a dormir esa noche, imaginaos lo que es para mí días y días iguales.


Eso no significa que no me obsesione. Al contrario. Tengo obsesiones a manos llenas. Lo que sucede es que de una semana a la siguiente han cambiado. Hoy puedo estudiar durante veinte horas, y no darme ni cuenta de que ha pasado el tiempo; pueden pasar meses sin que desee volver a mirar esa materia. Puedo leer una saga de tres mil páginas en setenta y dos horas, y pasarme unas vacaciones sin mirar un libro.


No sé de qué es culpa, ni siquiera sé si es culpa de algo, pero las obsesiones no me duran. Por eso para mí están acotados algunos sentimientos, como el rencor o el odio, lo cual es bueno, o como el amor o la satisfacción, lo cual es malo.


Por supuesto, la capacidad de dejar atrás las cosas puede ser buena; por ejemplo, no me gustaría vivir toda la vida con el sentimiento que he tenido las veces que ha muerto alguien cercano, o cuando alguien en quien confiaba me ha traicionado. Pero lo mío no es una capacidad; es una imposición natural. No puedo evitarlo, dejo las cosas atrás, las olvido, no me importan.


Y es por eso que no puedo estar quieto. No es que la rutina me aburra, no, a todo el mundo le aburre la rutina. A mí me asfixia, me impide respirar. Tener que hacer algo es una pequeña muerte para mí, por mucho que me guste hacerlo.


Sé que algún día tendré que cambiar. No puedo ser un niño siempre. Pero ¿cómo voy a cambiar si nada me interesa lo suficiente como para desear cambiar por ello? ¿Por qué he de desear tener unas ideas formadas y claras sobre las cosas si eso significa que esas ideas son inamovibles? ¿Por qué he de querer amar si eso significa también odiar? ¿Para qué dejar atrás mis ideales y coger los deseos de madurez para reemplazarlos?


No, yo no quiero mentir, no quiero odiar, no me gusta la hipocresía ni la falta de comprensión, no soporto el pensamiento ilógico. Y si para conservar esta forma de pensar tengo que sacrificar una vida feliz de puro aburrimiento… así sea.

jueves, agosto 07, 2008

Boceto para una copia de Paul di Filippo

Empezar el relato con cinco páginas de descripción de una aldea selvática del África Central. Hablar de las chozas, de los árboles, de las plantas (frases del estilo de “bajo aquellos enormes árboles existía una vida de verde fuerza singular de pequeño tamaño pero gran abundancia, cuyos tonos blablabla…”), de los negros del tipo que dice bwana y de los negros del otro tipo, los que no dicen bwana, dejando claro que si hablo de eso es porque es una época victoriana, no por creer que pueda existir ninguna diferencia entre las razas. Incidir en eso, es más, sacar algún racista y humillarlo, que es una sociedad victoriana, pero yo soy un progre de pegatina.
Aquí meter la descripción de nuestro protagonista, Peter Armorystarsrivenson, caballero inglés y explorador gay. Dos páginas hablando de su familia y dando datos que no sirven de nada y que no volveré a usar en todo el relato.
Sir Armorystarsrivenson se va de safari una noche a cazar erefantes, que son una clase de elefantes con las trompas erectas, cuyo nombre científico es paquidermos cachondus, y entonces descubre al kaiser prusiano hablando con un extraterreste pequeño y azul de poesía renacentista mientras juegan al mus. A hurtadillas escucha la conversación y de ella deduce la localización exacta de las minas del rey Salomón, que resulta estar en lo más profundo de las selvas del Congo. Diez páginas.
Describir ahora cómo Sir Armorystarsrivenson, en lugar de ir al Congo, se va a Tanzania, a Somalia, a Bielorrusia, y a la Antártida, sin explicar por qué ni para qué. Conoce a personas que no volverán a aparecer. De cada zona hablaremos de entre cinco y quince páginas. Por lo demás, todo esto no sirve de nada.
Después nuestro protagonista va a París a conseguir un mapa del Congo, y allí conoce al amor de su vida, pero resulta que es un sádico psicópata con tendencia a la automutilación, lo cual no está bien visto en la sociedad victoriana, fíjate qué cosas, así que, con dolor, se separa de él. Contrata a un chico de clase baja para que le arregle el bajo de los pantalones de por vida y le hace un contrato indefinido que detallaremos durante dos páginas, y lo despide tres páginas después. No volverá a aparecer en el relato, pero dejamos claro como apunte final que es un ornitorrinco disfrazado y que dos años después se convertirá en primer ministro francés. Para acabar el total de cuarenta páginas de este bloque, describiremos como vuelve a su mansión en Londres sin haber conseguido el mapa, y como su kioskero de toda la vida le regala, con el periódico dominical, un mapa del Congo con las minas del rey Salomón minuciosamente señaladas.
La parte final son dos páginas. Nuestro protagonista se va al Congo y un brujo negro de cincuenta centímetros intenta matarle a mordiscos. Nuestro héroe escapa y, por azar, llega a las minas. El brujo le persigue e invoca a Chtulhu para que le mate, pero sale Ernest Hemingway y dice una frase de alguno de sus libros (nota: rebuscar algo en El Viejo y el Mar que pueda servir sacado de contexto). Chtulhu queda sorprendido, lo que aprovecha Allan Quatermain para bailar una polca, lo que expulsa al dios primigenio de vuelta a su sueño milenario. El brujo estalla en forma de confetti y Sir Armorystarsrivenson se vuelve negro. Fin.
He leído La Trilogía Steampunk de Paul di Filippo y es una auténtica vergüenza, un despropósito subnormalizante con pretensiones de grandeza y aires intelectualmente mesiánicos, que solo podría compararse de igual a igual a la basura absurda e inmunda que es la trilogía de Aquasilva de Anselm Audley, porque por no poder no se puede ni hacer una comparación del tipo “es infinitamente peor que”.
En las páginas de ese despropósito impreso al que llamaré libro por no encontrar ninguna palabra que pueda definirlo de verdad, y porque tiene páginas y tinta, y un editor y eso, nos encontramos una enorme cantidad de mierda envuelta en papel de aluminio para intentar que nos creamos que es una increíble obra de arte hecha en plata. E increíble es: increíble que haya salido de una mente humana no perturbada por vivir bajo una catarata constante de vómito durante años; increíble que alguien haya publicado esta fustaña insultante para los lectores que no tengan el encefalograma plano; e increíble sería que alguien pudiera llegar a disfrutarla.
Diré, resumiendo y para que se me entienda, que es como una mezcla entre el estilo lento y pesado de Tolkien, pero sin una historia detrás (imaginad que en El Señor de los Anillos no ocurriera nada, quitad todas las partes en las que pasa algo y rellenadlas repitiendo todas las descripciones, y quitad todas las partes de las conversaciones en las que avanza la historia y poned a Galdalf diciendo frases del tipo “he venido y he llegado, y por ello estoy aquí y no en otro lugar, pues me encuentro al final del camino que aquí me traía”), el estilo mesiánico de Coelho, pero cambiando el mesianismo espiritual por mesianismo intelectual, y el estilo tríptico y enrevesado de Goethe, pero sin tener ni puta idea de que la filosofía no es solo retórica.
Vamos, que si queréis leer este libro, os recomiendo un suicidio preventivo. Mi único consuelo es que, cuando se funde la policía artística mundial, este tío y Anselm Audley serán ejecutados juntos, atados, tiro en la cabeza a uno y al mar con ambos. Lo que no sé es quién se merece el tiro y quién morir ahogado.

martes, junio 10, 2008

De príncipes y princesas

Érase una vez que se era un príncipe y una princesa que vivían en un pequeño piso del barrio de Cuatro Caminos, en Madrid. El príncipe y la princesa eran muy felices, porque en los cuentos los príncipes y las princesas siempre son muy felices. El príncipe era ingeniero y la princesa había sido abogada, pero cuando se casaron él le había pedido que lo dejara y se dedicara a los asuntos de palacio, y todo el mundo sabe que en los cuentos los príncipes siempre son muy inteligentes, y saben siempre lo que es mejor, así que ya hacía tiempo que ella no ejercía.

Pero para que haya cuento la felicidad no puede durar, claro, pues para que la felicidad se restablezca debe antes perturbarse, así que llegó un gran problema al reino, un terrible dragón entró en sus vidas de improviso. Bueno, no había sido tan de improviso, pero la princesa no lo vio llegar, así que podemos decir de improviso sin faltar a la verdad. Poco a poco el príncipe se fue volviendo arisco, poco a poco dejó de tratar a la princesa con cariño, y un día el príncipe dejó su lugar al dragón, y el dragón le dio una bofetada a la princesa. El príncipe volvió rápidamente en si, y deshaciéndose en disculpas, en lágrimas y en juramentos, el dragón volvió a desaparecer. Fue la primera vez que el dragón sustituiría al príncipe, y, como siempre ocurre, la primera no fue la última.

El hermano de la princesa, que era señor de su propio territorio, le decía: “tú, que eras la princesa que se escapaba del palacio de nuestro padre, que se subía a los árboles y tiraba piedras a sus guardas para mantenerlos alejados, tú, que eras vida, ahora permites que te conviertan en una muerta doliente. No te casaste con un dragón, te casaste con un príncipe. Vuelve al palacio de padre, en las tierras del este, o ven a mi señorío, pues soy señor de mi propio territorio, pero deja esa malsana relación que está matando quien eres”. Y ella respondía: “pero el príncipe aun está ahí”. “Sí”, decía su hermano, señor de su propio territorio, “sí, pero ya no compensa”.

Cada vez que volvía el príncipe después de que apareciera el dragón, todo era bueno de nuevo durante un tiempo, y la princesa volvía a tener esperanza. Pero siempre volvía el dragón, siempre, y cada vez tenía más fuerza, cada vez aparecía más a menudo, y los “no volverá a pasar”, los “no sé que ha pasado”, los “te compensaré”, se fueron convirtiendo en “mira lo que me has obligado a hacer”, en “si hicieras lo que debes no tendría que pasar esto”, en “en realidad lo hago por tu bien”. Y poco a poco el dragón fue dejando fuera al príncipe y ocupando su lugar.

Y un día el príncipe volvió tarde a casa, y al llamar a la princesa esta no respondió. “Como se haya dormido y tenga la cena fría, se va a enterar”, pensó el dragón dentro del príncipe. Y entonces lo vio, la nota, encima de la mesa de la cocina. “No intentes ni buscarme hasta que el dragón desaparezca. La cena la tienes en el microondas, solo caliéntala”.

Por supuesto, el príncipe se puso de inmediato a buscar a la princesa, y la encontró, pues ella había vuelto al palacio de su padre y allí él tenía buenos amigos. Y, en cuanto la encontró, fue a buscarla. “Eres mi esposa, vuelve conmigo”. “No”. “Podrás ser feliz, el dragón no es tan malo”. “No”. “El dragón ha muerto, todo estará bien ahora”. “¿En un día a muerto? No te creo”. “¡Harás lo que yo te diga o te daré una paliza!”. “Decías que el dragón había muerto, pero veo que no es cierto”. “Sí, ha muerto, ha muerto”. “No te creo”.

Durante meses el príncipe intentó en vano convencer a la princesa, durante meses los amigos del príncipe vieron cómo éste estaba destrozado, y decían “bueno, sí, la pegaba un poco, pero ese no es motivo para dejarle, ¿abandonar un hogar tan feliz? Eso sí es ser malvada”. Otros callaban.

Pero como esto es un cuento y en los cuentos los príncipes y las princesas siempre tienen finales felices, la princesa volvió con el príncipe, fueron felices y comieron perdices.

Y solo dos meses después de comer perdices, yo, el hermano de la princesa, señor de mi propio territorio, leo este cuento en el funeral de mi hermana, asesinada de una paliza cuando, al llegar su marido el príncipe a casa a las cuatro de la mañana, borracho y oliendo a perfume de mujer, su querida princesa de cuento de hadas, la mujer por la que se había enfrentado al dragón, no le tenía la cena caliente. Y fue culpa de ella, aun dicen algunos, por morirse por tan poca cosa.

martes, mayo 27, 2008

Viejos Reyes

Hoy me he cruzado con un antiguo rey de los elfos.

Volvía a casa, y me lo he cruzado, anciano, agarrado a una mujer para no caerse, paseando. Me ha mirado fijamente, con ojos verdes como las verdes tierras de los elfos sobre las que una vez reinó, pero oscuros, desgastados, marchitos. Y en esa mirada me lo ha dicho todo.

-Yo fui un gran rey de los elfos -me decía esa mirada –cuanto todavía éramos parte de vosotros. Ha pasado mucho tiempo.. mucho tiempo, desde que nos dejasteis a un lado, y mi reino ya no existe. Ya no soy más que una sombra de lo que fui. Pero fui un gran rey de los elfos.

Ya no me queda nada, ya no tengo ni siquiera el orgulloso porte de antaño. Solo me queda mi mirada, esta mirada que nadie comprenderá, pero ayer, no hace mucho y hace ya tanto, tuve, fui, hice. Si acaso me escucharais…

Si me escucharais os contaría la historia de cuando fui a la cueva del dragón de basalto para pedirle que resucitara a mi amor verdadero, muerto por culpa de la invasión del Señor de las Tierras del Este, y sobre las aventuras que viví por mil reinos que no eran el mío para recuperar las Siete Láminas Lacadas como pago al dragón, teniendo que luchar contra los Luceros del Nuevo Día y sus cinco Khanes para conseguirlas, ya que eran ellos los que se las habían robado, al principio de los tiempos, a la reina de los dioses muertos.

Si me escucharais os podría hablar de cómo luché contra seres de ultratumba, y de cómo dirigí ejércitos de ellos, de cómo guié a mi gente por la diplomacia y por la guerra, de las espadas mágicas que tuve y de los amores verdaderos que duraron para siempre y ya no duran. Algunas veces fui un héroe en las historias, otras un villano, muchas veces nada más que un secundario, pero, sea como sea, aun viven en mí todas ellas.

Pero no escucháis, ni veis, ni os importa. Nadie verá esta mirada que nadie comprenderá (¿tal vez tú?), y nadie preguntará por las historias, porque nadie las querrá escuchar. Pero fui un gran rey de los elfos.

Vosotros os lo perdéis.