martes, junio 10, 2008

De príncipes y princesas

Érase una vez que se era un príncipe y una princesa que vivían en un pequeño piso del barrio de Cuatro Caminos, en Madrid. El príncipe y la princesa eran muy felices, porque en los cuentos los príncipes y las princesas siempre son muy felices. El príncipe era ingeniero y la princesa había sido abogada, pero cuando se casaron él le había pedido que lo dejara y se dedicara a los asuntos de palacio, y todo el mundo sabe que en los cuentos los príncipes siempre son muy inteligentes, y saben siempre lo que es mejor, así que ya hacía tiempo que ella no ejercía.

Pero para que haya cuento la felicidad no puede durar, claro, pues para que la felicidad se restablezca debe antes perturbarse, así que llegó un gran problema al reino, un terrible dragón entró en sus vidas de improviso. Bueno, no había sido tan de improviso, pero la princesa no lo vio llegar, así que podemos decir de improviso sin faltar a la verdad. Poco a poco el príncipe se fue volviendo arisco, poco a poco dejó de tratar a la princesa con cariño, y un día el príncipe dejó su lugar al dragón, y el dragón le dio una bofetada a la princesa. El príncipe volvió rápidamente en si, y deshaciéndose en disculpas, en lágrimas y en juramentos, el dragón volvió a desaparecer. Fue la primera vez que el dragón sustituiría al príncipe, y, como siempre ocurre, la primera no fue la última.

El hermano de la princesa, que era señor de su propio territorio, le decía: “tú, que eras la princesa que se escapaba del palacio de nuestro padre, que se subía a los árboles y tiraba piedras a sus guardas para mantenerlos alejados, tú, que eras vida, ahora permites que te conviertan en una muerta doliente. No te casaste con un dragón, te casaste con un príncipe. Vuelve al palacio de padre, en las tierras del este, o ven a mi señorío, pues soy señor de mi propio territorio, pero deja esa malsana relación que está matando quien eres”. Y ella respondía: “pero el príncipe aun está ahí”. “Sí”, decía su hermano, señor de su propio territorio, “sí, pero ya no compensa”.

Cada vez que volvía el príncipe después de que apareciera el dragón, todo era bueno de nuevo durante un tiempo, y la princesa volvía a tener esperanza. Pero siempre volvía el dragón, siempre, y cada vez tenía más fuerza, cada vez aparecía más a menudo, y los “no volverá a pasar”, los “no sé que ha pasado”, los “te compensaré”, se fueron convirtiendo en “mira lo que me has obligado a hacer”, en “si hicieras lo que debes no tendría que pasar esto”, en “en realidad lo hago por tu bien”. Y poco a poco el dragón fue dejando fuera al príncipe y ocupando su lugar.

Y un día el príncipe volvió tarde a casa, y al llamar a la princesa esta no respondió. “Como se haya dormido y tenga la cena fría, se va a enterar”, pensó el dragón dentro del príncipe. Y entonces lo vio, la nota, encima de la mesa de la cocina. “No intentes ni buscarme hasta que el dragón desaparezca. La cena la tienes en el microondas, solo caliéntala”.

Por supuesto, el príncipe se puso de inmediato a buscar a la princesa, y la encontró, pues ella había vuelto al palacio de su padre y allí él tenía buenos amigos. Y, en cuanto la encontró, fue a buscarla. “Eres mi esposa, vuelve conmigo”. “No”. “Podrás ser feliz, el dragón no es tan malo”. “No”. “El dragón ha muerto, todo estará bien ahora”. “¿En un día a muerto? No te creo”. “¡Harás lo que yo te diga o te daré una paliza!”. “Decías que el dragón había muerto, pero veo que no es cierto”. “Sí, ha muerto, ha muerto”. “No te creo”.

Durante meses el príncipe intentó en vano convencer a la princesa, durante meses los amigos del príncipe vieron cómo éste estaba destrozado, y decían “bueno, sí, la pegaba un poco, pero ese no es motivo para dejarle, ¿abandonar un hogar tan feliz? Eso sí es ser malvada”. Otros callaban.

Pero como esto es un cuento y en los cuentos los príncipes y las princesas siempre tienen finales felices, la princesa volvió con el príncipe, fueron felices y comieron perdices.

Y solo dos meses después de comer perdices, yo, el hermano de la princesa, señor de mi propio territorio, leo este cuento en el funeral de mi hermana, asesinada de una paliza cuando, al llegar su marido el príncipe a casa a las cuatro de la mañana, borracho y oliendo a perfume de mujer, su querida princesa de cuento de hadas, la mujer por la que se había enfrentado al dragón, no le tenía la cena caliente. Y fue culpa de ella, aun dicen algunos, por morirse por tan poca cosa.

12 comentarios:

mujergata dijo...

Me ha gustado mucho, y debo decir que la nota que le deja me ha parecido genial.
Me alegra además que poco a poco vayas recuperando la costumbre de escribir.

LuisQuintáns dijo...

weno pirimo!! Celebro que welvas a escribir :)

No dejaré de pasarme por aquí, pues. Por cierto.. cambia mi enlace que ahora es: luisquintans.blogspot.com.

Jejejeje. :)

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho, le has dado un giro a un historia que tristemente se viene contando muy a menudo.

Anónimo dijo...

Pues yo creo que sí hay gente que sabe matar dragones. Sólo hay que tener un hobbit que te diga dónde tiene la escama suelta en el pecho.

Pris

Anónimo dijo...

Sí, es cierto, si la culpa es de la princesa, la muy puta, por no confiar en quien era su deber confiar, por mucho que hubiera sido defraudada antes. Y seguro que era bruja, además, a la hoguera con ella.

El Mago:*

Anónimo dijo...

Eh, nadie habla aquí de princesas que sean putas, sólo digo que hay quien puede matar dragones. No he mencionado a este príncipe ni a esta princesa. San Jorge pudo. Y Seomán también.

Pris

Anónimo dijo...

Es lo que tienen los cuentos. Que no son verdad.

El Mago*

Anónimo dijo...

Difiero y a la vez estoy de acuerdo:
Que no son reales en este universo.

Pris

Anónimo dijo...

Merlín, escribe un cuento sobre mí.

Pero ya sabes que tengo que quedar guay y todo eso.

mujergata dijo...

Namu, tú siempre quedas guay, porque tú eres guay.
He dicho ^^

Manu dijo...

Querido compañero de la blogosfera,
cierto es que existen dragones entre los de nuestro genero, cierto es que con conjuras, mentiras y artimañas siempre andan rodeados de princesas, mientras que nosotros suspiramos por el corazón de alguna de ellas y vemos como estos dragones las tratan, la sangre noble tiende a volverse corrupta, por ello es tan facil que los principes y las princesas se vuelvan dragones, dejando en su lugar una mera caricatura de lo que en sus inicios fue un sueño creado en en mundo de oniros, sobre princesas encantadas, dragones y valerosos caballeros, ya no tenemos lugar en este mundo y no podemos mas que adaptar nuestra armadura para que proteja nuestro corazón, dejando así de ser visible y mostrando nuestro rango de caballero, no podemos mas que envolvernos en nuestra oscura capa antaño del mas puro blanco, para pasar desapercibido en un mundo donde los caballeros son tomados por idiotas, tenemos que adaptar nuestro aspecto al del antiheroe, con barba de dos dias, desgreñados y de aspecto oscuro, aunque en nuestro corazón brille la mas pura luz, solo asi podremos acernarnos a los dragones y asestarles el mortal golpe que se merecen, aunque sea al precio de nuestra propia alma...

Anónimo dijo...

Ains, mujergato, qué maja.


Venga Merlín, también le tienes que hacer uno a la gatuna, que se ha merecido un premio.