domingo, octubre 05, 2008

Tratado sobre mí mismo, para dummies

Soy un niño. Lo sé, y todo el mundo lo sabe, no es ningún gran secreto. Creo en algunas cosas en las que la gente de mi edad ya no cree, y aun no necesito creer en otras en las que los demás creen y que, puede que con el tiempo, yo también acabaré creyendo.


Por supuesto, el ser un niño con la edad que tengo me da un montón de problemas, pero no me importa, ya no. Hace unos años me importaba. Supongo que eso es algo en lo que he madurado, una de las pocas cosas.


Nada me llama la atención el tiempo suficiente como para que me interese realmente, nada me importa lo suficiente como para retenerlo de una manera especial en mi memoria, y eso me entristece, sí, porque hay gente que se merece que les de algo más de mí, pero lo que doy es todo lo que puedo dar. Muy pocas cosas me llaman la atención más de unas horas, casi ninguna me interesa más que el tiempo entre que la descubro y me voy a dormir esa noche, imaginaos lo que es para mí días y días iguales.


Eso no significa que no me obsesione. Al contrario. Tengo obsesiones a manos llenas. Lo que sucede es que de una semana a la siguiente han cambiado. Hoy puedo estudiar durante veinte horas, y no darme ni cuenta de que ha pasado el tiempo; pueden pasar meses sin que desee volver a mirar esa materia. Puedo leer una saga de tres mil páginas en setenta y dos horas, y pasarme unas vacaciones sin mirar un libro.


No sé de qué es culpa, ni siquiera sé si es culpa de algo, pero las obsesiones no me duran. Por eso para mí están acotados algunos sentimientos, como el rencor o el odio, lo cual es bueno, o como el amor o la satisfacción, lo cual es malo.


Por supuesto, la capacidad de dejar atrás las cosas puede ser buena; por ejemplo, no me gustaría vivir toda la vida con el sentimiento que he tenido las veces que ha muerto alguien cercano, o cuando alguien en quien confiaba me ha traicionado. Pero lo mío no es una capacidad; es una imposición natural. No puedo evitarlo, dejo las cosas atrás, las olvido, no me importan.


Y es por eso que no puedo estar quieto. No es que la rutina me aburra, no, a todo el mundo le aburre la rutina. A mí me asfixia, me impide respirar. Tener que hacer algo es una pequeña muerte para mí, por mucho que me guste hacerlo.


Sé que algún día tendré que cambiar. No puedo ser un niño siempre. Pero ¿cómo voy a cambiar si nada me interesa lo suficiente como para desear cambiar por ello? ¿Por qué he de desear tener unas ideas formadas y claras sobre las cosas si eso significa que esas ideas son inamovibles? ¿Por qué he de querer amar si eso significa también odiar? ¿Para qué dejar atrás mis ideales y coger los deseos de madurez para reemplazarlos?


No, yo no quiero mentir, no quiero odiar, no me gusta la hipocresía ni la falta de comprensión, no soporto el pensamiento ilógico. Y si para conservar esta forma de pensar tengo que sacrificar una vida feliz de puro aburrimiento… así sea.

1 comentario:

mujergata dijo...

Me sorprende como puedes al mismo tiempo conocerte tanto y tan poco.
Un beso.