jueves, mayo 26, 2005

Intento de Suicidio

"Maldita sea" dijo para sí.

Esta vez la cosa se le había ido de las manos. No debería haber metido los genitales en la batidora. Era, con diferencia, el intento de suicidio más chorra del último año. Incluso más que la vez que intentó cortarse las venas con una hoja de papel de la Biblia. El libro de Job, para ser exactos. Aunque más o menos este último intento se encuadraría en la misma clase de cuando se metió en el ano un petardo de carpintero.

El fallo era el hecho de que la batidora era demasiado profunda como para que pudiera llegar hasta las cuchillas, y lo único que había conseguido era un doloroso pero ni por casualidad mortal corte en la punta del capullo.

Y además el maldito corte no dejaba de sangrar. No demasiado, claro. Estaba seguro que no se desangraría, pero no podía subirse los calzoncillos. Lo había intentado, pero era asqueroso. La sangre le formaba grumos en los pelos y empapaba la tela del gallumbo. Y escocía el cortecito, vaya si escocía.

Sopesando sus posibilidades, se dio cuenta de que una tirita no bastaría para detener la hemorragia, así que decidió llamar de nuevo a la ambulancia.

Cuando llegaron los chicos de la cruz roja les saludó por sus nombres. Al fin y al cabo, después de tanto tiempo de relación, te acabas llevando bien. Aunque lo que más le unió a ellos fue lo del petardo. Sin duda. Que dos tíos te lleven al hospital con el ano reventado y echando humo une de verdad.

Cuando les abrió la puerta y vieron que no llevaba pantalones y sangraba de la punta del pene se quedaron blancos. Siempre era lo mismo. Desde la vez que lo intentó lanzándose por la ventana (a pesar de vivir en un primer piso) siempre habían venido los mismos chicos a atenderle. Bueno, no siempre los mismos, eran estos o sino el chico bajito y el otro, el que parecía muy joven. Pero con esos no tenía tanta confianza.

Le caían bien. A las que no soportaba era a las enfermeras del hospital. "Menudas perras" pensaba para él. Siempre se reían de él, ni siquiera se guardaban de que no las viese.

Le llevaron a la ambulancia e intentaron parar el pequeño torrente de sangre con gasas al menos lo suficiente para llevarlo al hospital sin que todo se pusiera hecho un asco. Daba igual. Todo se puso hecho un asco igualmente.

Lo peor sería cuando sus padres se enteraran. Porque una cosa era tener un hijo suicida y otra muy distinta tener un hijo gilipollas. No tonto, no; gilipollas. Y limpiar la batidora. Bueno. Al menos eso sería divertido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo ya te dije en su momento que me había gustado muchisimo.