jueves, mayo 26, 2005

Niños

Muchos niños piensan que hay “cosas” en la oscuridad de su cuarto. A los veintiún años he tenido tiempo más que de sobra para comprobarlo. Estoy seguro de que hay “cosas” en la oscuridad de mi cuarto. Es más, no puedo entender a esa gente que dice que en la oscuridad no hay nada que temer. Claro que hay cosas en la oscuridad, las veo cuando está encendida la luz. Hay mesas, sillas, lámparas... Y todas esperando la oportunidad de abalanzarse contra mí. ¿Que me levanto al servicio? Las sillas, que son dos, se convierten en siete y se tiran ante mí para que me caiga, y así la lámpara de pie, que debería estar en la esquina pero siempre está en medio, tiene camino libre para caerse por voluntad propia y dejarme inconsciente. Cuatro veces ya. Y la malvada almohada, en cuando te distraes y la sueltas, se enreda con las mantas y se lanza contra tu cara para ahogarte. Dos veces.

También existen los monstruos, cuyo hábitat natural suele ser el armario o la zona de debajo de la cama, aunque ambos grupos se llevan muy mal desde que un grupo incontrolado de debajitos puso una bomba fétida en un armario. Desde entonces ni se prestan monedas para la maquina de café ni nada de nada. El de mi habitación es de los del armario y se llama Destruyeydevora González López, Dedé para los amigos. Su madre era una monstruo de alta alcurnia y su padre una marsopa, lo que hace su aspecto aterrador y que la gente le mire por la calle y se ría de él.

Me llevo bien con Dedé. Es un buen compañero de habitación. A veces, en mitad de la noche, Dedé empieza a gritar: “¡Cuidado, cuidado!¡Que la mesilla de tu izquierda te ataca!¡Deja de rodar hacia ese lado, que te vas a abrir la cabeza!”. E, indefectiblemente, no dejo de rodar hacia ese lado y me abro la cabeza. Siete veces ya. La última fueron doce puntos de sutura. Pero hay que reconocer que Dedé lo intenta.

Se lo presenté a mi padre. Me hizo caso durante casi veinte segundos, tiempo suficiente para, tras cerciorarse de que de veras yo era su hijo (tuve que sacar el carné de identidad) preguntar: “¿Debo archivarlo en mi cerebro como monstruosidad salida del infierno o como amigo de mi hijo?” “Como ambas cosas, papá”, respondí. “Ah, entonces como los amigos de Paco”. Paco es mi hermano mayor, que es jevi.

El anterior psicólogo decía que Dedé no existía, que era un amigo imaginario que yo me había inventado y que tenía que madurar y dejar de creer en cuentos de hadas. Así que, en cuanto llegué a casa se lo dije a Dedé, pero no se tomó muy bien lo de no existir. Fue a la consulta, se comió a la secretaria y dos ficus que había para adornar y le dijo al psicólogo que no me metiera ideas raras en la cabeza. Desde entonces yo tengo otro psicólogo y el anterior está en un centro, ingresado, mientras otros psicólogos le dicen que Dedé no existe.

La única pega de convivir con Dedé es que deja los huesos roídos de sus víctimas en el suelo del armario, así que como un día me ponga a buscar los patines voy a ir jodido entre calaveras, fémures y costillas. Pero bueno, nada que no me pasara ya cuando compartía habitación con Paco, que es jugador de rol.

4 comentarios:

mujergata dijo...

No falta una parte. Me suenan cosas que no estan ¿_? que mal que estoooooy O_o

Anónimo dijo...

Sí, faltaba una parte. El copy-paste me había salido mal y había dejado medio texto fuera. Ya está corregido.

Gracias por avisar.

El Mago:*

mujergata dijo...

A mandar =^.^=

Anónimo dijo...

Dante said:
Estos textos ya me los habias pasado pero no por ello dejan de tener mucha gracia....