viernes, marzo 04, 2005

El Sueño de un Mago

Crucé la puerta de mi habitación, una puerta que antes no estaba. Al otro lado, a mis pies enmarcado por la luz que se escapaba de mi habitación, un campo de verde hierba oleaba bajo la brisa. La noche allí era suave y estrellada; como seda negra me acogía y me llamaba cariñosamente. No se veía la luna por ninguna parte, pero el brillo de la noche era intenso, y supe que, estuviera donde estuviese, estaría casi llena. Allí donde no llegaba la luz que salía de la puerta, veía el amoroso reflejo de la luna en las vigorosas briznas de hierba. Las estrellas parecían sonreírme, y yo les sonreí a ellas. La Vía Láctea, o algo parecido a la Vía Láctea pero más intenso, brillaba en lo alto. Mi corazón estaba en paz.

En el centro de la verde pradera había una pequeña colinita, un simple terruño, poco más, y en lo alto de esa colinita un enorme árbol. Era un roble. Yo no sé nada de árboles, difícilmente distingo unos de otros, pero estoy seguro de que era un roble. Enorme, bello, frondoso. Solo el roble se veía en la vasta llanura ondulante, en el inmenso mar de oscura majestad. Ninguna montaña a lo lejos, ninguna casa. Ningún árbol más ni desnivel alguno. Solo el roble en su pequeño montículo, hierba verde, oscuridad y las estrellas. Y la brisa me acariciaba, descalzo y con el torso desnudo, súbitamente levantado de la cama.

Me acerqué al grandioso árbol, y allí vi, al acercarme, una pequeña silueta entre sus raíces, a un metro aproximado del mismo tronco. Seguí acercándome, pues no tenía miedo, estaba en mi lugar de poder. Unos metros alrededor del gran árbol, unos tres metros, no estaban cubiertos de verde hierba, solo tierra desnuda. Pero incluso esta tierra se veía llena de vida, irradiaba sensación de felicidad. Y, allí, en esa pequeña corona marrón del montículo del que nacía mi bellísimo árbol, había un pequeño enano, barbudo y fornido, elegantemente vestido, con ropajes rojos de mercader, con un sombrero de ala ancha emplumado calado a la cabeza, arrodillado y concentrado en algo que yo no podía ver.

Me acerqué hasta casi tocarle, y él ni siquiera se giró a mirarme. Me incliné entonces ligeramente por encima de su hombro y miré en que estaba concentrado aquel hombrecillo, movido por mi curiosidad. Era un puzzle casi acabado, solo faltaba colocar la última pieza.

Suavemente el enano se giró y, con el ceño fruncido, me dijo: “¿Puedes ayudarme? No sé acabarlo”. Mientras hablaba su expresión mutó en un amable gesto de leve desesperación. Y supe que era verdad que no sabía acabarlo.

Me agaché y recogí la pieza suelta, y la coloqué en su lugar. El enano sonrió con su ancha y barbuda cara y dijo: ”Gracias”. Y yo le sonreí.

Levanté la vista al cielo. Las estrellas, con una suave aureola azul, había formado el dibujo de una calmada mujer, el pelo cayendo sobre sus hombros y corriendo después hacia atrás en una innatural línea recta. Era bella, bellísima, como nada humano puede ser. No me hizo sentir amor, me hizo sentir arte.

Junto a mí, el enano dijo: “Es hermosa, ¿eh? Es una diosa”. Con la boca abierta le miré y vi que miraba el mismo cielo que yo. Me volví a mirar de nuevo el cielo sabiendo que, sin duda, era verdad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso.
Hasta el enano me hace pensar q lo escribes sobre y para alguien.
Quién sabe.
^^^

mujergata dijo...

Como el titulo indica es un sueño de hace tiempo. A mi me lo conto no hace mucho. No le busques un significado demasiado rebuscado ^_~