lunes, marzo 05, 2007

Paradojas de acordeonista

Manos fuertes abren delicadamente el estuche. Dentro, el acordeón espera como un motor de avión recién construido podría estar esperando el primer chorro de potencia, la primera ráfaga de aire. Con cariño, con firmeza, las manos cogen el aparato y lo sacan de su estuche.

El acordeonista es un hombre fuerte. Físicamente, su cuerpo es una cuerda de guitarra. Mentalmente es una púa perfecta para producir su música. Entrenado, severo, directo, hace fluir las notas de si mismo con rudeza, con crudeza, pero con pasión.

Salen las primeras notas. Notas sueltas, de preparación. El fuelle se curva y estira con suavidad. Mano izquierda preparada para la potencia, mano derecha para la velocidad. Y la música empieza a sonar.

El acordeonista es alegre, vivaz y puramente humano. No puede comprender la belleza de las palabras, ni tampoco la expresividad de la imagen. Y, sin embargo, comprende el ritmo como pocos lo entienden, comprende la armonía en su estado más puro hasta el fondo de su ser. Y lo ama.

La mano izquierda busca su posición como un titán en un mundo recién creado, con violencia, con ansia. La derecha acaricia el teclado con cariño o lo recorre con indiferencia, como si el acordeón fuera un perro y ella su amo con forma de araña.

El acordeonista es firme, algunos dirán fanático, pero es recto. No es bueno comprendiendo, pero sí lo es entendiendo. Es muy exigente, pero no lo es menos consigo que con los demás.

Los dedos vuelan y se saltan los unos a los otros, como en una frenética carrera electoral con el pájaro Dodo, y Alicia está atrapada por la música, golpeante o fluida según el deseo de un instante, según la presión de un momento.

El acordeonista es una buena persona, aunque no desee ser sabio. No lo sabe todo, pero tampoco lo pretende, y desea que su vida sea suya. Ama, odia, siente, piensa, conoce y no conoce, es un alma verdadera. No pretende ser, es.

Se contorsiona, se inclina, se mueve y vibra, y las manos, en tensión, arrancan sueños del aparato muerto. Y el acordeón, sorprendido, canta y grita su propio coro de esclavos eunucos.

El acordeonista está tocando. Su corazón es ahora ese acordeón, su cerebro ha bajado a sus manos, sus ojos son las puntas de sus dedos. No hay más mundo que la música, no hay más realidad que la matemática amorosa de la armonía radical.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé si aqui me leerás pero esra para pedirte que me pasarás las imagenés de Escher. Enviamelas por correo. Voy a usarlas en un trabajo. A ver que tal me sale.

^^^

mujergata dijo...

Hasta ahora no habia podido leer el texto, me estoy poniendo al dia en varios blogs XD me ha gustado ^^

Anónimo dijo...

Es un texto que me debía a mí mismo desde hace seis o siete meses. Igual más. Me alegro de que te gustara.

El Mago:*